La casa de la laguna

Una historia de traiciones y mentiras.

La casa de la laguna
Cachorro zip

Fotografía de Traphitho

Capítulo Uno:  Su único amigo

Con no más ayuda que la de Hugo, el portero donde había vivido estos últimos siete años,  terminó de cargar su pesado equipaje, a la camioneta 4x4 recién comprada.

A pesar de su insistencia en que partiera con la luz del día,  Olivia se despidió con cariño y arrancó, a las once de la noche,  sin mirar atrás.  Se tentó por un segundo a ver por el espejo retrovisor,  pero hizo con su lujoso departamento, lo mismo que con su vida: dejar todo lo que formó su pasado y mirar solo hacia adelante.

Al frenar en el semáforo en rojo, no pudo sino bajar el vidrio y corresponder a la genuina preocupación del desconocido conductor del automóvil de al lado quien, viéndola llorar de esa forma, le hacía señas inquisidoras.

No podía verlo con claridad; las lágrimas impedían una visión clara. La espera del semáforo en verde, se le hizo eterna, sobre todo porque no dejaba de sentir la mirada profunda del conductor de al lado.  ¿Qué aspecto tendría que preocupaba al prójimo?

Verde. Con una pequeña inclinación de cabeza, lo saludó mientras subía la ventanilla de su camioneta. Por varias cuadras pudo advertir el auto a su lado, con el conductor observándola.  No la asustó. Adivinaba su sincera preocupación. Más bien, la molestó. Quería estar sola.

La sincronización de los semáforos, a esa hora de la noche, le permitió salir de la ciudad más rápido de lo calculado.  Y por fin, la ruta. El tráfico del acceso a la gran ciudad, era intenso, y peligroso. Pero no disminuyó la velocidad. Francamente, no le importaba nada.

Viajó toda la noche, hacia el sur, rumbo a la casa de la laguna, distante mil quinientos kilómetros de su departamento.  Solo paraba para cargar combustible. Aprovechaba para estirar las piernas y despabilarse. En la madrugada, ya con el sol naciente en el horizonte, vio un bulto que se movía, a la vera del camino de montaña. Frenó. Se bajó. Y encontró a un ser tan triste como ella; y tan solo. Era un pequeño cachorro abandonado. Lo tomó en sus brazos, le sonrió, lo llamó Tom, y lo subió a su camioneta.

Y todo cambió. El pequeño animal, dejó el piso de la camioneta donde lo había acomodado Olivia, y buscó su regazo, para acurrucarse sin moverse más. La escena era simple pero, la sensibilidad en carne viva de ella, la hizo mirarlo con ternura. Tom la miró con sus ojitos lánguidos, de agradecido.

El clima dentro de la cabina era distinto. Olivia puso música, el sol de la mañana hacía brillar los picos nevados  y Tom dormía plácidamente. Sintió un alivio dentro de su pecho. Un recreo para su alma adolorida. Después de todo, solo habían pasados unas horas desde que sentenció que nunca volvería a confiar en nadie  y eso comprendía el resto de su vida.  Sin embargo, sentía que un nuevo ser había aparecido de la nada; alguien a quien brindarle sus mejores sentimientos, alguien leal, que la querría incondicionalmente. Tom.

De seres humanos, ni hablar. Nunca más. Había tenido suficiente.

La tranquera de troncos anunciaba la llegada a la cabaña.

Camalotes en flor. zip

Capítulo Dos:  Olivia

Habían llegado al mediodía. La casa estaba sucia. Hacía mucho que no venía. En apenas doce horas, Olivia había pasado por una paleta de emociones: odio, tristeza, desilusión, soledad, calma y cariño. Ahora, además, estaba de mal humor. Llegar con hambre y encontrar la casa sucia, no había sido calculado. No podía bajar su equipaje. Habría que limpiar primero. En cambio, el que se mostraba feliz, era Tom. Ya no estaba solo, había encontrado quien lo amara y cuidara y este lugar estaba espectacular, para correr y jugar.  De tanto en tanto, paraba abruptamente, para mirar a su dueña, pero ella parecía permitirle todo.

Dos horas después y, con una chinche mayúscula, Olivia había acondicionado apropiadamente el lugar; mientras ella ordenaba su ropa, Tom ya estaba apropiado de la cama.

Después de almorzar, poca cosa, salieron a caminar, para visitar la laguna.  La ausencia de brisas, destacaba la quietud de las aguas, llenas de vida.

Se sentaron uno junto al otro. Ella por fin empezó a hablar. Tom escuchaba atento, mirándola. Como si entendiera.

Su vida había sido fácil. Era la única hija de Marcos y Edith. La industria farmacéutica de la que era socio mayoritario y Presidente del  Directorio, le había permitido mantener a sus dos mujeres, con holgura.

Olivia no los había defraudado. Luego de terminar su doctorado, ejerció su profesión al lado de su padre, a quien ella adoraba.

La rebeldía de la adolescencia había durado poco tiempo. Era una buena y dócil hija, rodeada de muchos amigos. Su más cercana era Sylvia. Habían estado juntas desde la secundaria. Lo compartían todo. Amistad, secretos, novios, fiestas, estudios, ropa, miedos, inseguridades...  Olivia realmente la disfrutaba. Sylvia era para ella, la hermana que no había tenido.

Descubrirlos en la cama, y saber que la relación entre su padre y Sylvia llevaba cinco años, fue demasiado para ella.

Cuánta mentira. Cuánta traición.

Olivia no era mujer de fé religiosa. Pero sostenía sus propias ideas filosóficas: el universo mandaba señales. Solo había que saber leer.

Descubrió una sola flor en toda la poblada laguna. Se sintió esa flor, absolutamente sola.

patos en la laguna zip

Fotografía de Pergat

Capítulo Tres:  Marcos y Edith

Se habían casado a mediana edad, bastante después de terminada la universidad. Marcos era solo un par de años mayor que ella. Él consiguió enseguida trabajo en la industria farmacéutica y, su sagacidad, inteligencia y evolución personal permanente, lo llevaron a los primeros puestos, en tiempo récord. Pronto empezaría a comprar acciones de la empresa para la que trabajaba, y, con el paso de los años, terminó siendo el socio mayoritario.  Sus condiciones empresariales estaban a la vista.

Edith resultó ser una buena compañera. A diferencia de Marcos, ella "portaba apellido", situación ésta que no pasaba inadvertida para él. No bastaba con sus capacidades empresariales; necesitaría de las vinculaciones de su mujer. Así que, Edith hizo a un lado su profesión y, adhiriéndose al proyecto familiar, se ocupó de la parte que sabía: su vida transcurría entre fiestas y reuniones (muchas veces en su casa, era excelente anfitriona); formar parte de varias fundaciones benéficas completaban el cuadro.

Ninguno de los dos hablaba de tener hijos. Pero ese noche, se lo plantearon. Los años pasaban. Si deseaban uno, habría que decidirse .

Y así fue como nació Olivia. Más para cumplir con el precepto que otra cosa. Pero lo cierto es que, una vez que la tuvieron en sus brazos, se enamoraron de ella. Sobre todo Marcos. Tenía locura con su hija.

Muchas veces la dejaban al cuidado de una nana de confianza. Viajaban mucho.  La familia funcionaba. El matrimonio funcionaba.

Pero ser el Presidente del Directorio de una Compañía Farmacéutica de esa envergadura, lo convirtió necesariamente, en un hombre poderoso, admirado, entre otros,  por el público femenino...

Edith, aunque consciente de las indiscreciones de su marido, no se daba por enterada.  Era más perjudicial saberlo que hacerse la zonza.

De todas maneras, para Marcos, solo era cuestión física. Solo sexo.  Le importaba Edith.  A su manera, la amaba.

La que permaneció absolutamente ajena a esta situación, era Olivia, que idolatraba a su padre, hasta la perfección.

Por eso fue tan tremendo enterarse. Insoportable.

Sentía desilusión, por su padre, que no solo pudo enamorarse de una joven de su edad, si no que ademas, era su amiga. Tantos años mintiéndole. La noche anterior, cuando  estalló la bomba, supo la historia completa. Su padre había puesto a nombre de Sylvia, un lujoso penthouse. Lugar de encuentros, de idilio, de porno al mejor estilo.

Lo de su padre, la tenía sin consuelo. Pensarlo  encima de Sylvia,  acariciándola desnuda, la dejaba sin aliento.  No podía imaginarlo como amante.

Absorta en sus tristes pensamientos, seguía sentada junto a Tom, a la orilla de la laguna.  Observando a la pareja de patos silvestres que pacíficamente nadaban juntos, pensó que allí no había mentiras ni traiciones. Aunque migraban al norte en épocas invernales, las mismas parejas se reunían año tras año, en la laguna, para empollar sus hijos, en los nidos.

Y volvió a prometerse que no volvería a confiar en los seres humanos.

Puente zip

Fotografía de Luis López

Capítulo Cuatro:  El vecino de al lado

Habían disfrutado de su primera noche en la cabaña.  Al atardecer, Olivia había logrado prender los leños en el hogar, y para la noche, el interior ya estaba templado.  Tom había sufrido su primer baño.  No le había gustado para nada. Su dueña había persistido en llenarlo de jabón y enjuagarlo varias veces.  Pero luego vino lo mejor: amorosamente, lo había cubierto con una toalla, y acostado al lado del fuego prendido en el hogar. ¡Eso era muy agradable!. La verdad es que Olivia le prodigaba unos mimos tiernos que Tom jamás pensó recibir.  Cenaron con música tenue y después vino lo mejor.  Tom tanteaba la posibilidad de subirse a la cama y dormir junto a ella, pero la miraba de reojo temiendo enojarla.  Esperó paciente hasta que ella se acomodó y, sigilosamente se subió, agazapado. Cada paso que daba, acercándose a ella, era tan despacito. Se hacía cada vez más liviano.  Ninguna reacción de Olivia. Hasta que llegó cerca de las almohadas y descubrió que le era permitido acurrucarse a su lado.

Durante la noche, varias veces creyó escuchar el llanto silencioso de su dueña; Tom lamía su mano, consolándola, hasta volver a dormirla.

Despertó sobresaltado, a la mañana siguiente, por el graznar de los patos.  Olivia se desperezaba en la cama, abrazando a Tom con tanto cariño.

Luego de desayunar y, aprovechando el hermoso día, Olivia quiso salir a caminar por los alrededores. El paisaje era hermoso. La quietud de las aguas de la laguna daba una sensación de paz, que le hacía tanto bien.  Un pequeño arroyo que bajaba de las montañas, alimentaba la laguna.  Lo cruzaba un rústico puentecito de piedras.

Tom caminaba a su lado, tratando de atrapar mariposas.  La mañana era apacible. El rocío humedecía el camino. Olivia, aliviada, había encontrado lo que había venido a buscar:  paz.

Hasta que sintió un rugido detrás. Ambos se espantaron. Una tremenda camioneta les pasó tan cerca que casi tropiezan.  El vehículo paró en la tranquera próxima a ellos; se bajó su conductor para abrirla al tiempo que miraba a los caminantes, saludándolos con el brazo en alto.  Olivia no respondió. Estaba enojada. Casi los había atropellado. Los dejó envueltos en una nube de polvo, al conducir tan alocado.  ¿quién se creía que era? ¿el dueño de la montaña?  No le correspondió el saludo. Aunque no pudo evitar mirarlo. Era alto, musculoso, llevaba un jean y una camisa desabrochada hasta el tercer botón. Su pelo largo y lacio aparecía por debajo del sombrero montañés.

Cerró la tranquera, se subió a su camioneta y desapareció por el camino interno de  montaña.

Caminaron toda la mañana. Olivia juntaba flores silvestres y Tom llevaba una ramita en su boca como trofeo. El camino había sido íntegramente de subida. La vista desde allí era preciosa. Pero estaban los dos con serias dificultades para respirar decorosamente. Había que admitir que ninguno  estaba en buen estado físico.

Habría que volver.

Cuando de repente, un jinete saltó la cerca de troncos, en dirección a ellos.

Bosque zip

Fotografía de Felix Mitterm

Capítulo Cinco:  Ni onda

El susto de Olivia y Tom cuando el bronco animal se les vino encima, quedó demostrado de inmediato: ella achinó los ojos en señal de furia y el pequeñito ladraba incansablemente, toreándolos, como si pudiera.  El jinete se apeó de un salto y enseguida se acercó a ellos,  con la mejor intención de tranquilizarlos, cosa que no consiguió.

Olivia, reconociéndolo como el conductor de la camioneta que los había llenado de polvo,  olvidó su feminidad y lo insultó de arriba a abajo, descubriendo atónita que sabía todas aquellas palabrotas. Tom, mientras tanto, se había envalentonado de tal forma, que ladraba medio afónico, enfrentándolo con un frenesí, que arrastraba sus patas traseras.

Infructuosas fueron las tratativas de aquel extraño pelilargo, por presentarse, como el vecino de enfrente.

Los quedó mirando largo rato, mientras Olivia y Tom se volvían al trote, bajando las escaleras de troncos, en la ladera del bosque, acaloradamente furiosos.

Solo eso le faltaba: un vecino insoportable. Ni onda, con él.  ¡Ni onda!

Cuando llegaron a la cabaña y, luego de un justo descanso, ella preparó el almuerzo, lo puso en una canasta y fueron a la orilla de la laguna, de picnic, aprovechando el hermoso día, solo para olvidar el mal momento, junto al agua calma y los patos nadando alrededor.

Pasado un buen rato, Olivia finalmente prendió su celular advirtiendo así, las veintitrés llamadas perdidas de su padre y otras tantas de Sylvia.

De su padre, no quería ni pensar. Se le había caído un ídolo.

Y de su "amiga"  Sylvia, no podía acordarse. Cuando lo hacía, sentía que le dolía el alma. Le dolía. No quería volver a llorar. No por ellos, al menos.

Lo que más la destrozaba, era haber averiguado que su madre lo sabía.  Podía soportar la decepción de su padre. Podía soportar las mentiras de Sylvia. Pero el silencio de su madre era lo peor. ¿Cómo lo llamaría?  ¿Traición?  ¿Omisión?

No. Eso era complicidad.

Insoportable.

Su madre había tratado desesperadamente, de justificar su comportamiento.

-"Quería protegerte, hija"- le había explicado.

Esas tres personas eran su mundo. ¿Qué habían hecho con ella?

El dolor le quemaba el pecho.

Aprovechando el mantel a cuadros donde habían almorzado, Olivia se recostó, mirando el cielo diáfano, tratando de controlar los pensamientos, dejando la mente en blanco. Cerró los ojos buscando  tener éxito con tamaña tarea: no pensar.  Sintió cierta inquietud en Tom, que estaba tendido a su lado. Pero ella seguía concentrada en mantener quieta su mente.

No advirtió, hasta que fue tarde, que ese extraño estaba arrodillado a su lado.

En bote zip

Fotografía de HB Mertz

Capítulo Seis:  ¿Ni onda?

Cuando abrió los ojos, alertada por la inquietud de Tom, se encontró con el rostro del extraño, muy cerca y, sonriendo,  le dijo:

-"¿Empezamos de nuevo?"-

Olivia se incorporó sobresaltada, asustada, sorprendida. Pero el extraño la detuvo y, tranquilizándole, le extendió su mano derecha:

-"Soy Charlie. Tu vecino. Encantado de conocerte."- le dijo, mientras la ayudaba a levantarse.  Tom, inexplicablemente, no ladraba; movía la colita.

Olivia continuaba seria, pero le estrechó su mano.

-"Soy Olivia. Y sí. Sería bueno cambiar de pié. Hasta ahora, no pegaste una conmigo".-

Quedaron sentados a la orilla de la laguna, los tres, hasta que apareció la primera estrella, y el fresco de la noche se hizo sentir.  Charlie habló toda la tarde, contando cómo él, luego de recibirse de veterinario, en Buenos Aires, había decidido que su vida, en realidad, estaba en medio de la naturaleza. Había heredado de sus padres el campo contiguo al de Olivia, y criaba ciervos para la exportación de su carne.  Aunque huérfano,  su voz se llenaba de ternura cuando hablaba de su única hermana, menor cinco años, que continuaba viviendo en la gran ciudad.  Estaba solo, pero vivía muy feliz.  La villa cercana, a siete kilómetros,  le proveía de suficientes amigos y diversión.  Amaba su tierra y su vida tranquila.  Cuando el trabajo lo permitía, le gustaba viajar.

Olivia escuchaba, pero hablaba poco. Se limitaba a contestar estrictamente las esporádicas preguntas de Charlie. No estaba para sociales. Él lo había notado, por lo que no insistía demasiado. La atracción que sintió desde el primer momento por Olivia, le hacía comportarse con cautela.

La invitó a pasear a caballo al día siguiente. Ella rechazó, al principio. Jamás se había subido a uno. Eso envalentonó a Charlie. Le enseñaría. Además, había que aprovechar el poco buen tiempo que quedaba. Muy pronto llegaría el invierno.

Olivia y Tom durmieron acurrucados, en el confort de los leños encendidos.

No madrugaron.  Estaban terminando el desayuno, cuando oyeron los cascos de caballos acercándose.

Charlie iba adelante, y en sus manos, tenía las riendas del caballo de Olivia. Tom iba arriba.  Al principio, Olivia iba seria; su espalda rígida hablaba por sí sola: estaba incómoda. Pero poco a poco, tomándole confianza al animal y al guía de la expedición, fue distendiéndose hasta llegar a disfrutar del paisaje. Iban lento. Él, cuidadoso. Miraba de reojo a su invitada. El sendero ascendía. Para el mediodía, llegaron a un restaurante en la cima de la montaña. Recién se dio cuenta del terrible dolor entre sus piernas, cuando Charlie la bajó del caballo y tuvo que caminar hasta la entrada.

Tuvo que resignarse a las risas de Charlie, viéndola dolorida.

El almuerzo la relajó por completo. La forma circular del restaurante, todo vidriado, le permitían ver un paisaje espectacular.  Poco a poco fue cediendo el gesto amargo y adusto de Olivia, y apareciendo una línea de sonrisa en la comisura de su boca.

Charlie todavía no sabía nada de ella.  Pero intuía que debía esperar para preguntar.

La vuelta la dejó de cama. En bajada, fue más rápido. Pero ella tuvo que apretar sus muslos al animal, y tirar su cuerpo hacia atrás.

Para cuando llegaron a la casa de la laguna, sentía que sus piernas "levitaban".  Sin consultar, Charlie la levantó en brazos hasta llegar adentro. Preparó la bañera con agua caliente y le indicó que se sumergiera. Olivia no resistió. La despidió con un beso en la mejilla con un "hasta mañana".

Pero no supo de él en varias semanas. El frío había llegado. En todos esos días de excursión por sus tierras, había descubierto un bote. Subió a Tom y navegaron lento, al ritmo de las brazadas de Olivia.

Pero en el medio de la laguna, el clima cambió. Una nube oscura cubrió el mediodía y una nevisca penetrante le impedía ver por dónde iba.

Estaba muerta de frío y aterrada. Detenida en el medio del espejo del agua, sensible y sola, volvió a llorar por todo.

No sabía qué hacer. Acababa de descubrir que entraba agua al bote.  Súbitamente, algo pasó por debajo de la pequeña embarcación. Olivia tuvo que aferrarse con ambas manos a los bordes. Alcanzó a ver la onda que movía lo que fuera que había abajo.  Quedó atenta y expectante viendo el movimiento del agua alejarse. Hasta que la estela dio la vuelta y se dirigió directamente hacia ellos. Entonces, gritó. Con todas sus fuerzas:

-"Charlie!"-

Pez zip

Fotografía de Pixabay

Capítulo Siete:  Next level

Gritaba desaforadamente.

-"Charlie!  Charlie!"-

Desesperada veía como el movimiento del agua venía hacia ella, cuando escuchó un motor. A pesar de la nieve copiosa, alcanzó a ver una pequeña lancha,  cerca, navegando en su dirección.  Era Charlie, que venía al rescate. Nunca imaginó que verlo, le produciría semejante alegría.  Estaba aterrada. Sintió los brazos fuertes de Charlie que la levantaban como si no pesara, y la pasaban a la lancha, justo en el preciso momento cuando el bote comenzaba a hacer aguas.

Olivia y Tom templaban de frío y pánico. Llegaron enseguida a la orilla; después de todo, la laguna no era tan grande.

Pasado el susto, Olivia y Tom, ya bañados, esperaban a Charlie que les preparaba una "sopa montañesa", como él la llamaba. Era un brebaje con muchas cebollas, que luego pasaba por la licuadora.  Entraron en calor enseguida.

Charlie le explicó que la laguna estaba infectada de "carpas", unos peces de gran tamaño, que se procreaban cual peste, porque su carne no era apreciada. Nadie los pescaba. No había  habido ningún monstruo debajo del bote. Pero Charlie admitió que siempre quiso pescar a la  "Fernanda",  una carpa de por lo menos, doce kilos. Posiblemente haya sido ella, la que pasó por debajo.

La noche había caído implacable. Nevaba copiosamente. No hubo cómo negarse a que se quedara a dormir.

Cuando Charlie creyó que, finalmente, Olivia dormía, descartó el sofá, y se acostó sigilosamente a su lado, pasando su brazo izquierdo por debajo del  cuello femenino  y el otro por encima. Qué agradable sensación, la de sentirla suya.

Pero ella no dormía. Solo estaba absolutamente quieta, gozando cada minuto, de esos brazos que la envolvían; podía sentir su respiración agitada; y la magia sobrevino: la piel los traicionó, y un beso apasionadamente largo los fundió hasta lo incontenible.

Cuando  el ritmo cardíaco volvió a su lugar, quedaron abrazados contándose pequeños pasajes de su vida. Se hablaban con ternura. Se disfrutaban. Y volvieron a agitarse. ¡Qué armonía la de sus cuerpos!

Amanecieron abrazados.  Nadie quería levantarse a hacer el desayuno.

Conejo en la nieve zip

Capítulo Ocho: La visita

Durante el día, Charlie trabajaba en el cuidado de los animales. La nieve era intensa. Lo cubría todo. Y aunque es el ambiente de los ciervos, Charlie no podía estar tranquilo si no lo vigilaba todo.  Pero la verdad es que, las tareas eran pocas: distribuir fardos de heno por el campo, para que no le faltara comida a los animales, revisar los techos de los inmuebles del casco de la estancia, controlar el funcionalmente de los motores que desviaban el agua de los arroyos, y mantener el camino despejado para un más fácil acceso.

En pleno invierno, no había mucho más para hacer.

Salvo el conejo blanco en el campo nevado, Olivia no había visto a nadie más. El romance con Charlie, solos como estaban, iba viento en popa.  Realmente, conocerlo fue la justa compensación del universo, después de todo lo que había pasado.

Las heridas del alma se iban cerrando. Ya no recordaba el episodio  con odio, sino con resignación.  Ya no había dolor, sino tristeza. ¿Olvidarlo? Nunca.  ¿Sobrevivirlo? Probablemente. El tiempo y Charlie, estaban haciendo maravillas. Solo faltaba cerrar un solo misterio: adónde iba Charlie, cuando se ausentaba una o dos semanas , de tanto en tanto.  Si no lo había compartido con ella, tendría paciencia para preguntar.

Pero ese día y, durante las misteriosas desapariciones de Charlie, no solo fue el conejo blanco la única visita de Olivia.  De pronto escuchó la llegada de un automóvil, que llegaba con grandes dificultades sobre el camino nevado. Tom empezó a ladrar, subido al marco de la ventana del living.

Y los vio. Su corazón se detuvo. Todo lo que creía superado, volvió en un segundo.  Sus padres habían llegado. Y Charlie no estaba para rescatarla.

Se inclinó para atrás, para evitar el abrazo de su padre. Su madre intentó la escena del llanto, que sirvió solo para endurecer aún más la conducta fría y adusta de Olivia. Todavía estaban afuera. No los había hecho pasar.  Y no estaba segura de querer hacerlo.

Los dos le hablaban a la vez. Tom había aprovechado la puerta entreabierta. Estaba al lado de su dueña, protegiéndola. Gruñía sin ladrar. Mostraba los dientes. Era diminuto de tamaño, pero los pelos de punta, sobre su lomo, lo hacían parecer un mastín.

Con un grito desgarrador, Olivia hizo callar a sus padres. Un silencio profundo largo e incómodo inundó el lugar. Hasta que Marcos tomó coraje y empezó a hablar, lento, sin dejar de perder ningún gesto de Olivia. Trataba la situación con cautela.  Le pidió perdón en todas las formas posibles. Le explicó que nunca buscó lo sucedido. Que simplemente, pasó. Pero que ella era lo más importante para él. Y que no podría vivir separado de ella. Que pusiera sus términos.

Olivia escuchó atenta. Sin responder. Seguían en el portal de la casa, sin entrar. El frío era intenso.

Viendo que la situación se calmaba, Edith hizo su primer intento. Pidió perdón por su silencio. Explicó que desde que era Olivia pequeñita, siempre había comprendido y aceptado el amor edípico que sentía por su padre.  El silencio solo había tenido el propósito de protegerla.

Los hizo pasar.

Los leños del hogar crujían acogedoramente.  Escuchó sin interrumpir. La conversación duró toda la tarde.  Tom, encima de su regazo. No movía un músculo. Leal . Incondicional.

Finalmente, habló. Calmada. En paz.

Había comprendido. Había perdonado.

Pero no volvería.

Con el tiempo, quizás, podrían retomar una relación familiar, pero jamás lo que fue.

Eso había muerto.

Definitivamente.

Y les abrió la puerta, en señal de despedida.

Cabaña en la montaña zip

Fotografía de Kordula Vahle

Capítulo Nueve:  Extrañas Pesadillas

Charlie se lamentó de no haber estado. Cuando volvió dos días después del episodio de Olivia con sus padres, la encontró con una regresión emocional importante.  Habría que animarla de nuevo.

Ella había sido tan contundentemente clara con sus padres, que ellos, de veras, habían regresado a Buenos Aires, dispuestos a esperar un poco más, para volver a intentar un nuevo acercamiento.

Bastaron unas pocas semanas del más puro romance shakesperiano, de parte de Charlie, para  reponer las tristezas de Olivia. Ella amaba lo cursi que se ponía él.  El invierno comenzaba a rendirse ante la primavera inminente.  El amor se afianzaba. Charlie le dedicaba todo su tiempo, mientras permanecía...  Vivían un poco en la casa de la laguna, y otro poco en la cabaña de Charlie, enclavada en el medio de las montañas, junto a las del personal de la estancia.

Él había descubierto que, cuando se quedaban en su casa, Olivia disfrutaba mucho más. Le encantaba ese lugar. Más que la casa de ella.  Tom, por supuesto, iba de una a la otra junto a ellos.

Una de las situaciones que fortalecían más y más la relación, era indudablemente  el entendimiento físico.  La calidad de sus encuentros los hacían sentirse uno solo; al punto que, aquella marca patética de traiciones y mentiras que hizo de  Olivia ,  desconfiar para siempre del ser humano, comenzaban a disiparse.

Más allá de la lujuria satisfecha, lo que más disfrutaba Olivia después del orgasmo, era  dormir toda la noche abrazados siendo uno.  Amaba las noches. Bueno, salvo aquellas interrupciones histéricas cuando Charlie tenia pesadillas.  Ella lo abrazaba, hasta que volvían a dormirse. Olivia sabía que algo no andaba bien. Pero parecía inadecuado preguntar otra vez.  Ya se lo contaría cuando estuviera listo.  Como esas extrañas ausencias...

¿Qué pasaba con Charlie?  Cuando despertaba sobresaltada por los gritos nocturnos de su amado, lo había visto íntegramente sudado, con la respiración muy alterada.  En esos momentos, él hablaba dormido, pero Olivia nunca había podido entender lo que decía. Parecía ser siempre la misma pesadilla. Pero no estaba segura.

La primavera había llegado.  Las retamas en flor cubrían la pradera. Era un paisaje bellísimo. Los lupinos azules completaban el cuadro.

Y esa tarde, acostados en su cama, en la cabaña de Charlie, con la vista más hermosa, desde el ventanal en ángulo, Charlie sorprendió con la pregunta más inesperada:

-¿"Nos casamos?"-

-"No mientras haya secretos entre nosotros"- contestó ella.

Charlie adivinó a qué se refería.  Y cambiándole el semblante en un segundo, le dijo:

-"Secreto sería si quisiera ocultártelo. "- respondió Charlie.

-"No puedo compartirlo con vos, a pesar mío"- continuó.

-"Es demasiado intenso"- advirtió .

-"No quiero que me veas llorar"- concluyó.



Pareja de noche

Fotografía de stocksnap

Capítulo Diez:  Tribulaciones

El amor que sentía por Olivia era tan genuinamente grande que tuvo que pensar cómo hacer para contarle. De otra forma, la perdería.  Ella ya lo había pasado muy mal con los seres humanos. Todo ese año enamorándola, convenciéndola que podía confiar en él, porque era diferente, se habría perdido, a menos que lograra hablar.

Quería despertar a su lado el resto de su vida.

No quería perderla.  No podía empañar la felicidad lograda.

Lo intentaría. ¡Tenía que hacerlo!

Aprovechó el clima templado de esa noche apacible  y la llevó hasta la orilla de la laguna, donde tantas veces, habían hecho el amor, bajo las estrellas.

Le tomó ambas manos, no para acariciarla, sino para darse valor.

Ella entendió.  Y mirándolo con ternura, dijo:

-"¿Preferís que te pregunte?"- e hizo una pausa.

-"¿O preferís que escuche?"-

Charlie, indeciso, empezó a balbucear alguna que otra palabra.  Con cada nueva pausa, ella lo abrazaba, animándolo a continuar.

Fue tan difícil contar que, tiempo atrás, emprendido en un nuevo caprichito de niño rico, había querido aprender a pilotear un avión.  Una vez más, sus padres habían cedido a sus deseos. Un año más tarde  y, habiendo conseguido la habilitación reglamentaria, le habían regalado un Cezna bimotor con la  última tecnología.

En el vuelo inaugural, iban los cuatro: sus padres y su hermana tan querida.

Pero su inexperiencia no pudo evitar el accidente fatal.  Charlie y Teresa se salvaron porque iban adelante. Sus padres, en cambio, murieron en el acto.

Teresa no volvió a caminar.  Ella estaba internada en Buenos Aires; Charlie la  visitaba con frecuencia. Se quedaba una o dos semanas con ella.

Vivía desde entonces, en el lugar más lejano que pudo encontrar, antes de que se terminara el planeta.

La culpa lo atormentaba noche tras noche.

Y allí estaban Olivia y Charlie, tomados de la mano. Dos seres atormentados, a quienes el universo había juntado para confortarse y sobrevivir.

Lo que contestó ella, hizo que Charlie la besara apasionadamente.

-"Traeremos a Teresa a vivir con nosotros"- dijo Olivia.

-"Eso, sí: mis padres no están invitados a la boda".-

FIN