Boris Cyrulnik, neurólogo y siquiatra, es especialista en la "teoría del apego", cuyo tema central explica cómo aprende un niño a amar, es decir, cómo aprende a socializarse.

El término "resiliencia" está de moda. Veamos, entonces, de qué se trata.

Es iniciar un nuevo desarrollo, después de un trauma. La cultura de los pueblos es el ingrediente fundamental para explicarla, ya que cada país, vive la resiliencia de diferente manera.

Si alguien está traumatizado, por algún suceso y logra superarlo desarrollando una nueva etapa de su vida, entonces hablamos de una persona resiliente. Es decir: depende de la persona y mucho, de su entorno. De su entorno antes del trauma y de su entorno después de él.

¿Cómo podemos ayudar a un niño para que sea más resiliente?

De entrada, hay que transmitirle seguridad. Primero, hay que darle seguridad a su madre, quien por una cuestión biológica, asume el rol principal frente al niño. Ella, involuntariamente, le transmite esa seguridad. También influye el entorno, ya sea formado por su padre, o el hogar familiar, o sus abuelos, o la guardería, etc.

Si el bebé recibe seguridad desde su madre y su entorno, cuando llega  a la escuela, el niño ya ha conocido el placer de aprender. El colegio será su primer estrés, un pequeño miedo, que será capaz de superar. Volverá ese día a su casa y le contará a su mamá lo valiente que ha sido.

En cambio, si ha estado vulnerable porque se madre ha sido abandonada, o sufrido agresiones, porque ha estado enferma, porque su vida fue muy difícil, etc. etc., el niño no podrá superar sus miedos tan fácilmente.

La violencia familiar es la primer causa. La precariedad social, la segunda.

Si hay violencia familiar, quien sufre es el bebé, aunque nadie lo toque.

Otro factor es la precariedad social, (cada vez más difundida). La ausencia permanente de los padres, quienes salen a trabajar todo el día, no tienen ganas de jugar con su bebé, mucho menos de transmitirle seguridad.

Estos niños, la tienen difícil al momento de educarse en la escuela. No es una cuestión de cerebros, sino de seguridad.

Para enseñar seguridad a un niño, se necesita el "apego", que se teje en el día a día. El apego se convierte en un vínculo muy fuerte.

Para la familia actual, (con los padres trabajando todo el día), hay una palabra mágica para conseguir transmitir seguridad al niño: "ralentizar".

Actualmente, los occidentales vivimos en "la cultura del sprint".  Nos sale carísimo. Los niños norteamericanos tienen cada vez más ansiedad. Esta cultura ha llegado a casi todo Europa, menos al norte: en la cultura de los países nórdicos, los niños aún aprenden a andar en bicicleta, teatro, la lentitud, a usar la palabra, a cocinar (en los colegios hay clases de cocina, donde niños y niñas preparan platos e invitan a la clase de al lado). Es decir, cuando llegan a la edad adulta, son excelentes en arte, en ciencias, en todo. Sólo hay un uno por ciento de analfabetismo. En Francia están en el 15%. En Argentina en el 4%.

Un analfabeto será infeliz toda su vida.

Los finlandeces ralentizan a los niños y así, les dan seguridad. Los pequeños aprenden a resolver problemas con facilidad por lo que tienen buena auto-estima. Por eso,  a los quince años, cuando hacen las evaluaciones PISA, determinadas por la UNESCO, siempre sacan la medalla de oro pese a que ralentizan todo lo posible el desarrollo, de los niños.

Refexiones a tener en cuenta: Cuando más arriba hablé de "la cultura sprint", hice referencia a nuestra forma occidental de educar a nuestros hijos.

La metodología sprint nació dentro del área del management y se difundió a otras disciplinas, como la psicología.

En el contexto que nos ocupa, la cultura sprint es opuesta a la ralentización. La cultura occidental estimula tempranamente, motiva, acelera, violenta, incomunica, etc.  a nuestros pequeños.

Sentarlo horas frente al televisor, darle nuestro celular para que consuma juegos que rara vez monotoreamos, doble escolaridad desde muy pequeños, actividades extra-curriculares, almuerzos y meriendas en la escuela, etc. etc.

De jugar divertidos con nuestros hijos, ni hablar.

Y creamos generaciones inseguras, estresadas y violentas.