Sobreviviendo

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Capítulo Uno

"Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin." (Rabindranath Tagore)

Siento que no puedo respirar. Me hundo lento e irremediablemente, a pesar de mis esfuerzos sobrehumanos. La profundidad del océano se hace más y más oscura. Soy consciente de que me estoy muriendo. Hago desesperadas brazadas para llegar a la superficie.  Me estoy ahogando. Sin embargo, por una razón que no alcanzo a entender, entra oxígeno a mis pulmones.  ¿Será así, como se siente, en el último minuto?

El agua está tan fría. Tirito.  No puedo mover mis piernas. Miro hacia arriba y cada vez me alejo más de la superficie. Miro hacia abajo, y un negro infinito me impide ver el fondo.  El miedo es aterrador, paralizante.

Solo me distrae una luz penetrante, de tanto en tanto, que viene de arriba. Escucho voces a mi alrededor. Alguien me acaricia la frente. Pero no hay nadie conmigo. Estoy solo. Inmensamente solo.  Tal vez esa luz no está al final de un túnel, después de todo.  Yo la veo viniendo de arriba, como si un rayo de sol atravesara el agua salada.

Por momentos, alcanzo a distinguir las palabras.

-"¿Está seguro que no me escucha, doctor?  Juraría que se movió!"-

-"Lo siento, Tamara. Es solo un reflejo nervioso."-

Y otra vez silencio.

Y oscuridad.

Algo corre por mis venas. Me energiza. Trato de nadar hacia arriba. Lo intento. Pero la oscuridad me desorienta. Ya no sé dónde está el arriba.  ¿Para dónde nado?

Empiezan a tranquilizarse los latidos de mi corazón. El pánico de saberme morir, me tuvo tan inquieto.

Pero ya pasa, ya pasa. Estoy empezando a apaciguarme.

Sigo hundiéndome.

Pero ya llega.  No el fondo del mar. Sino la paz. Y el silencio.

Puedo sentir una paz infinita.

Estoy muerto, ¿verdad?

¿Qué seguirá ahora? ¿Podré verla aunque ella no pueda? La he amado tanto.

Tantas preguntas sin respuesta. Tampoco sé, después de todo, qué hago en el fondo del mar.


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Capítulo Dos

El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen. (William Shakespeare)

Esa tarde de domingo primaveral, yo paseaba a Toby, por el parque, tratando,  no solo de sacarle el encierro del pequeño departamento citadino que compartíamos,  sino para tratar de recuperar el equilibrio, con esa espantosa resaca, luego de la juerga de la noche anterior, que apenas recordaba. Llevaba mis anteojos oscuros con doble propósito: esconder las ojeras fiesteras  y resistir los rayos tibios del sol que se clavaban desalmados sobre mi, encegueciéndome.Entonces te vi.  Por Dios! Qué hermosa mujer, me dije. Vos jugabas con Simón, uno de tus dos sobrinos. Soplabas un aro con jabón, mientras corrías sonriendo divertida, perseguida por él, que capturaba tus burbujas y las explotaba.No muy lejos, tu hermana Raquel, sentada sobre el césped, al costado del mantel a cuadros, miraba la escena, con cierta alegría forzada.Correteabas como una adolescente, perseguida por los niños.  Conseguiste llamar toda mi atención.  Tenía que inventar algún plan, urgente, para acercarme a vos.Con menos creatividad que un escarabajo, le lancé la pelota de goma a Toby, en tu dirección, con la esperanza de tener que ir a buscarla.Pero justo ese preciso día, mi perro por fin aprendió que la pelota se buscaba y se traía. Así que, la trajo. Ni te enteraste. Yo quedé en el mismo lugar, con la pelota en la mano.Le apreté los dientes al pobre Toby, que no entendía nada. ¿No era eso lo que tenía que hacer?Tiré varias veces la pelotita en tu dirección, con ansias de tener que ir a buscarla. Pero Toby, obediente, la trajo cada vez.Urgente, plan B.  Hombre de mundo, incapaz de pensar en algo que surta efecto rápido! Qué momento para blockearme!Hasta que sobrevino la estupidez.  Y corrí, cuando te tuve cerca, a explotarte una burbuja... Mi metro ochenta y cinco, me hizo ver aún más ridículo.  Pero te diste vuelta.Y ese par de ojos enormes, fueron un arma mortal. Hundido, me dije.Me acerqué, sonriente, sonrojado por la idiotez, y me presenté.  No tengo claro si me sonreíste o te reíste, del payaso. La cuestión es que ya estaba a tu lado. La misión estaba cumplida. Ahora solo restaba permanecer.Debo reconocer que Toby arregló sus errores anteriores.  Se acercó a vos, juguetón, alegre, y te encantó.  Lo acariciaste y así empezamos a hablar.  Caminamos, jugamos, nos gustamos.  La tarde se terminaba y sacarte el número del celular fue una tarea dantesca.Pero lo tuve.


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Capítulo Tres

Es tan corto el amor y es tan largo el olvido… —(Pablo Neruda).

No nos parecemos en nada.Cuando te llamé al día siguiente para invitarte a salir, me encendió la dulzura de tu voz.  Me hiciste sufrir!  Tardaste como diez minutos, teniéndome a las vueltas, hasta decirme que sí.  Los diez minutos más largos de mi vida.Quería impresionarte. Te llevé al mejor restaurante, aunque después quedara a pan y cebolla el resto del mes. Te apareciste con esa solera roja, que me vuelve loco, aún hoy.Yo me había puesto mis mejores pilchas (o las únicas?).  Y las velas, la noche, el malbec y la rosa que le compré a la florista que visitaba cada mesa, hicieron la magia.Te acordás ?  Hablamos tanto.  Me enamoraba minuto a minuto.  Sos la hija obediente, que sigue las reglas impuestas, la que se recibió de licenciada en tiempo récord, contratada enseguida por una gran Compañía, y que progresa día a día. ¡De librito!

Yo, en cambio, desaprovecho mi inteligencia, por salirme de las normas. Siempre haciendo solo lo que he querido. Siempre fui feliz, de ese modo. Aunque el camino de la evolución es lento.  Remar contra la corriente lo dificulta todo.Esa noche, en el portal de tu casa, solo te besé la mejilla, y prometí llamarte al día siguiente.Y al siguiente, y al siguiente y al siguiente.Ese sábado, te llevé a mi casa. Mi cuerpo reclamaba el tuyo desesperadamente.Imposible olvidarme los besos que nos dimos. La suavidad de tu piel, de ese cuerpo perfecto. Tu olor.Como hombre de mundo, sé muy bien que la primera noche no es fácil. Conocer lo íntimo del otro, lleva su tiempo.  Para nosotros, es difícil porque hay que ponerlo todo.  La hembra del pavo real solo se deja aparear por aquel macho que tiene las plumas más coloridas.Para ustedes tampoco es fácil. Están cohibidas, pudorosas y fatalmente expectantes, de que nosotros hagamos todo.Aquella primera noche, fue para no olvidar.  Yo no quería mostrarme inexperto, pero tampoco incomodarte. Te veías tan frágil, que contuve mis pasiones, controlándolas como pude.Así que decidí ser yo mismo y actuar como lo hago en todo lo demás:  me tomé mi tiempo.Te besé apasionadamente , apenas entramos a mi depto y te llevé a la cama, sin desvestirnos, con dos copas de vino.Nos contamos de todo. De tanto en tanto, te interrumpía con mis besos.  Me acercaba más, cada vez. Hasta que pude respirar tu aliento. Y enloquecí. Me tomó toda la noche llegar a donde quería llegar.Pero no tuvo nada de "la primera noche". A la mañana siguiente, yo ya sabía de vos, todo lo que había que saber.Y me enamoré.Por eso, ahora no entiendo, cuando de tanto en tanto, escucho tu voz muy lejana, diciendo:-"Volvé, mi amor, volvé. No me dejes"-


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Capítulo Cuatro

Sabes que estás enamorado cuando no quieres acostarte porque la realidad es por fin mejor que tus sueños. —(Dr. Seuss).

El domingo se terminó y la semana de trabajo me separó de vos.  Tenías una carga horaria laboral diaria,  interminable. No se me pasaba más el día!Me fue siempre bien, con mi tienda de deportes.  El trabajo arduo nunca fue mi fuerte, pero convengamos que, al ser yo tan deportista, estuve en mi ambiente!  De lunes a viernes, el trabajo. Y al llegar el fin de semana, la felicidad siempre se trató de practicar los deportes extremos.  Cuanto más peligrosos, mejor. Siempre saboreé la adrenalina del riesgo. Vos me aclaraste desde el principio que "ni loca, me subís a un parapente!"Vos, intelectual.Yo, deportista y aventurero.Pero nos enamoramos.Perdidamente.Todavía no logro acordarme cómo llegué al fondo del mar. Pero acá estoy. Muerto en las profundidades.  Siempre tuve curiosidad por saber qué hay después de la muerte.Ahora lo sé:  sigo con mis pensamientos!Pensando en vos, aún ahora.Recuerdo, por ejemplo, ese martes común, intrascendente, cuando cenamos mientras desplegabas los mapas de la agencia de viajes.  Nuestro primer viaje juntos! Yo gozaba tu entusiasmo. Aunque esperabas mi consenso, todo estaba organizado por vos.  Los lugares, la estadía, todo.No era que yo no estuviera contento!  Simplemente, el paraíso para mí, no era geografía del planeta. Era estar dentro tuyo.Para qué viajar, si te tenía.Recuerdo cuando alquilamos el departamento. "Ni tu casa ni la mía". "Una nueva, para los dos" - dijiste. Y nos mudamos.  Esa sensación inigualable de dormir abrazándote; despertar durante la noche y descubrir que estabas ahí; sentir a la madrugada, ese calor, entre las sábanas, que emanaba tu cuerpo quieto; despertarme por las mañanas, y ver tus ojos inmensos, mirándome divertida, con una sonrisa.Estoy solo. En estas profundidades oscuras y frías.He vuelto a sentir ese líquido corriendo por mis venas.  Tengo la sensación de que subo.Sigue entrando oxígeno a mis pulmones. Pero yo no me siento.Veo una luz!  ¿Estoy subiendo?¿Será que ahora voy a otro lugar?Mientras pueda verte...


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                                       Capítulo Cinco

Ven a dormir conmigo: no haremos el amor. Él nos hará. (Julio Cortázar)

Elegiste la India y, solo para darme el gusto, diez días en el Himalaya.Y partimos, en avión. Vos con dos maletas haciendo juego con el bolso y el nécessaire. Yo, con la mochila.Los veinte días recorriendo la India, fueron realmente enriquecedores. De noche estabas tan cansada, que yo hacía mis diabluras, aprovechándome. Te dejabas.  Yo disfrutaba de tu pasividad, dejando que mis fantasías volaran hasta Marte.Deportista como soy, no alcanzaban todas esas caminatas bajo el sol, para debilitarme.  Yo tenía cuerda para rato.Había un especie de acuerdo tácito, con la geografía: de día,  yo te acompañaba a saciar tus ansias de cultura e intelecto, visitando  todos los lugares  del circuito turístico previsto.De noche, la geografía era mía. Un solo lugar.El tiempo pasó y partimos hacia el Himalaya.  Cuando llegamos al Tíbet,  el gen travieso y deportista, se apoderó de mí.Practicaría el slackline.  Gritaste horrorizada. No querías ver. Pero yo, aunque estaba tan alto, quise mirarte.Y perdí el equilibrio.Es lo último que recuerdo.Luego, estaba ahogándome en el mar.  No tengo idea cómo llegué.Tampoco sé adónde estoy yendo ahora.  Sé que estoy muerto y que subo.  No siento mi cuerpo.  ¿Será mi alma?  ¿Será así este asunto?Entonces, ¿es mi alma la que está subiendo?Subiendo adónde?  Habrá un cielo?  O esta oscuridad fría no es agua profunda, sino el universo y yo ya soy energía flotando?De lo único que estoy seguro es de que te pienso, todo el tiempo. Y que te extraño. Y que quiero verte.  Hasta podría jurar que escucho tu voz.  "No me dejes, mi amor. No me dejes".Lo que está de forma permanente, ahora, es la luz. Brillante, estable y arriba.Voy subiendo en esa dirección.


Capítulo Seis

Donde hay amor hay vida. -Mahatma Gandhi

Sigo subiendo en dirección a la luz.  No sé dónde estoy. Intento recordar para comprender.  Lo último que viene a mi memoria es que yo estaba muy alto, entre las montañas, practicando slackline sobre una cuerda, manteniendo el equilibrio, apasionado con el vértigo y la adrenalina.  Me distrajeron tus gritos, desde lejos, allá abajo, donde eras diminuta. Recuerdo haber inclinado levemente la cabeza, para verte. Luego todo fue caída. El arnés de seguridad no soportó la presión. El viento a esas alturas convertía mi cuerpo en algo tan liviano.Pude escuchar los gritos desgarradores del gentío que me veía caer. Pero no supe del ruido de mis huesos al tocar el suelo, ni de la corrida enloquecida que hiciste cuesta arriba, hasta llegar a mí; no pude sentir la tibieza de tus brazos que me contenían; ni las lágrimas de desesperación que rodaban por tus mejillas. No supe de la ambulancia; ni del hospital; ni del coma cuatro que me tiene postrado desde hace un mes.Comienzo, por fin, a nadar hacia la superficie. La oscura profundidad va quedando bajo mis pies.  Solo me faltan unos pocos metros para llegar. El agua está helada, pero puedo ver los rayos del sol.La superficie ya está a mi alcance. Todo es color azul. Para abajo, el agua profunda. Para arriba, el cielo infinito.Siento que me separo de mi cuerpo y que me miro desde arriba de ... ¿la habitación?. Tengo puesto un respirador; hay médicos a mi alrededor; y estás vos, sentada a mi lado, abrazándome.  Me hablás con tanta suavidad; pero no puedo responderte. Qué hermosa estás!  No puedo moverme. Te veo desde arriba. Estoy flotando en la esquina de la habitación, al lado de la puerta, pegado al techo.  No sé lo que me estás diciendo, aunque tu boca está tan cerca de la mía. No importa si no te escucho. Me basta con ver cómo me ves. Hay tanto amor en tu mirada, que puedo sentir una extraña pero agradable calidez en mi piel.Puedo adivinar el movimiento de tus labios diciéndome -te amo, mi vida-Te respondo enseguida - yo también te amo, mi chiquita- Pero no puedo abrir la boca. Hago el esfuerzo, pero no puedo.Le estás diciendo al médico: -"Siento que se mueve, doctor. Estoy segura que me escucha!"--"No es posible"-le responde.Intento desesperadamente decirle -"estoy aquí, te oigo, mi cielo"-. Y, con una fuerza que no sé de dónde sale, abro mis ojos.Y te veo.


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                                                  Capítulo Siete

Quizá solo se trate de encontrar a quien te sigue mirando cuando tú cierras los ojos.- Elvira Sastre

Te avalanzás sobre mí.  Siento tu aliento. Cuánto tráfico en la habitación. Enfermeras que corren. La puerta se abre tantas veces. Los médicos, todos rodeándome. Y te sostienen con fuerza, separándote de mí.  Te sacan afuera. Quiero gritar -"No te vayas, no te vayas, no puedo sin vos "- Pero ya no te encuentro.No siento mi cuerpo.Vuelvo a verte. Estás detrás del vidrio, con la ñata pegada, sonriéndome.  Qué poder tuvo siempre esa sonrisa.Intento entender.  Siento el bip de los latidos de mi propio corazón, que suena amplificado en el aparato de al lado.Estoy inerte.Me doy cuenta que un súbito  calor corre por mis venas. ¿Tendrá que ver con lo que están inyectando en el suero que cuelga muy cerca de mi cama?Solo muevo los ojos. Y pienso. Y descubro.Estoy vivo.Vuelve a abrirse la puerta. Entran dos médicos más. Cuento con la mirada. ¡Hay siete! Algo están haciendo con mi garganta. Puedo sentir el ruido.  La obstrucción es insoportable. ¡Tengo que pensar!  ¿Qué está sucediendo?Hasta que un aire frío recorre mi anatomía.Ahora entendí. Me sacaron el respirador.  Un halo de tranquilidad puede verse en la cara de los médicos.Pareciera que todo va bien. Aunque yo no puedo sentir mis piernas.No voy a preocuparme por eso, ahora, porque vos estás entrando y venís directo hacia mí.Puedo sentir tus labios sobre los míos. Me decís te amo tantas veces. Pude aferrarme a tu camisa, con la mano izquierda. No te suelto.  Hay un gran festejo en la habitación.Seguís besándome con dulzura y tan suave. No quiero que pares. Intento hablarte. Pero no puedo.Esa enfermera diabólica que se me viene encima con una jeringa enorme, me destapa, pero no siento el pinchazo. ¡Afortunadamente!¿Afortunadamente?No quiero pensar ahora. Solo necesito que sigas besándome.No estamos solos pero no importa. Estamos tan cerca uno del otro. Nuestros ojos se encuentran; no hace falta hablar; nos estamos diciendo todo. Y me besás. Y te respondo. Descubro tu boca abierta. Y la ocupo.

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Capítulo Ocho

En un beso, sabrás todo lo que he callado. (Pablo Neruda)

Me despierta la luz de la mañana, a través de la ventana.  Me han movido de habitación. Ni me enteré de la mudanza. Aunque han pasado varios días desde que despertara,  aún tengo unos prolongados letargos, que no sé si son producto de las drogas o de mi lentísima recuperación.Puedo mover la cabeza para ambos lados.  Y mis manos, también.  Del resto de mí, no tengo noticias. Pero dejo de preocuparme porque te veo entrar. Siempre con esa sonrisa, de la que soy único propietario. Sos mi alegría, mi paz, mi todo.Me besás suavemente, pasás tus dedos por mi cabello y te sentás a mi lado, contándome las novedades del día.  Estamos tomados de la mano.  Yo escucho, atento.Me doy cuenta que algo pasa hoy. Estás diferente. Hablás sin parar, arrebatadamente. Nerviosa. Alterada. Tratás, sin éxito, de aparentar cotidianidad. Pero no me la creo. Te conozco tanto!Advierto tu sobresalto al abrirse la puerta:  reconozco a los tres médicos. Entran serios, directos a mí. Adivino que nada bueno sucederá.Se entrecruzan miradas, hasta que un valiente toma la delantera y me explica que, rota la espina dorsal, no volveré a caminar, pero que...La larga sanata de todos los avances tecnológicos que podrán recuperarme para llevar una vida, dentro de todo, digna, me pasó por arriba.Solo escuché hasta "que no volveré a caminar".  Todo lo que vino después, fue imperceptible a mis oídos. Sé que siguen hablando, por el movimiento de sus labios. Y sus gestos motivadores.Escucho varias veces la palabra "actitud". Sigue la alocución. Se interrumpen entre sí, tratando de convencerme de vaya a saber uno qué.No se dan cuenta que yo apenas respiro. Siento un peso sobre mi pecho, comparable a un camión que se estacionó arriba mío.Un zumbido continuo y monótono se apodera de mis oídos. Y doy vuelta la cara. No quiero verte. No quiero saber que estás llorando, aferrada a mi mano.  Te suelto.  Intentás acercarte y te rechazo de plano.Quiero estar solo.  Nadie me entiende. Todos están ahí, incluyéndote y yo solo quiero estar solo.Miro a la nada.Hasta que, finalmente puedo pronunciar mis primeras palabras, y gritando, digo:-"Quiero estar solo"-Parece ser que nadie está de acuerdo conmigo.  Me pongo irritable.  Un odio repentino invade mi ser; una furia incontenible; me sale un monstruo escondido en mis entrañas; la impotencia que siento parece salida de la peor pesadilla. Nadie quiere irse. Y yo solo quiero estar solo. Un temblor histérico mueve todo mi cuerpo. Y aparece corriendo la diabólica enfermera con la jeringa cargada.Ahora todo es silencio y oscuridad.

Capítulo Nueve

"El amor es el olvido del yo"Henri Frédéric Amiel  (1821-1881) Escritor suizo

Atrás quedó mi vida de adrenalina y riesgos. Aquella parte que tomaba con liviandad, se ha tornado hoy mi todo.  Las ramblas instaladas en los desniveles de mi tienda de deportes, me permiten trasladarme de un lugar a otro, atendiendo a los clientes eficientemente.  La evolución económica es manifiesta.  Compré toda la parte de atrás, del edificio,  a un precio razonable.  Mi empresa evoluciona día a día.  El personal me dispensa  cierto cariño, invaluable en estos tiempos... La dedicación al trabajo ocupa todo mi día.  Es el único motivo para levantarme, al despertar.

No olvido ese día macabro cuando,  después de semanas tratando de convencerme, entendiste que no quería volver a tu lado.  La más pura y genuina forma de amarte.  No te condenaría a vivir este futuro.

Pude adivinar tus pensamientos,  sentada en la montaña más alta, para llorar sin ser vista.

Vendrán otros amores, pero ninguno como el nuestro.

Capítulo diez

"Ni la ausencia ni el tiempo son nada cuando se ama".Alfred de Musset (1810-1857) Poeta francés

No sé si te veré otra vez.

No sé si eso es bueno o malo.

Si sé una cosa.  Escribo esta historia  para un solo lector.  Tuve mucho tiempo para considerar el valor de la memoria. La idea de que  algo no dura para siempre, no significa que su valor disminuya.

Sigo de luto por lo que podría haber sido.

Una vida no vivida. Honestamente no lo sé.

Pero elijo creer en la memoria. Elijo creer que el lazo nunca fue roto y que nos llevamos el uno al otro en nuestros corazones.  Como una singularidad secreta.

Vos me hiciste escribir.  Uno puede inspirarse  cuando está feliz.

También, cuando se está triste.  Las pasiones tienen que ir a alguna parte; y éste es el único lugar que me queda. Mi sufrimiento tiene que ser bueno para algo.

Hay grandes amores. Pero vos tenías razón:  solamente uno permanece perfecto. Y como resultado, nunca me dejó solo. Te tengo conmigo cada vez que te pienso.

Me pregunto si permaneció perfecto para vos también. O si sólo me aferré a la idea.  Algunas preguntas tienen que quedar sin respuesta.

Te recuerdo todos los días.  Podría llamarte. Sé que vendrías. Pero, no.

Elijo la soledad de aquel cisne blanco que, siendo el único habitante de la laguna, nada aún vivo, por la noche oscura.

FIN