Un viernes que partió la historia en dos
Hay días que no se borran. Que quedan en la historia, pero también en el alma colectiva. Días que no pasan, aunque el calendario avance.
Uno de esos días es hoy. Viernes Santo.
Y no, no es simplemente "el viernes antes de Pascuas". Es mucho más.
Es el recuerdo de un instante donde el dolor, la traición, la injusticia y la muerte se cruzaron… pero no ganaron.
Contemos la historia.
Jesús, un hombre que predicaba el amor, el perdón y la esperanza, fue arrestado en la madrugada por los romanos. Uno de sus amigos, Judas, lo entregó con un beso.
El mismo pueblo que días antes lo había aclamado con palmas en las manos, ahora pedía a gritos su crucifixión.
Pilato se lavó las manos. Literal.
Y lo condenaron.
Lo golpearon. Lo humillaron. Lo obligaron a cargar su cruz.
Subió al Gólgota.
Lo clavaron.
Murió.
Y el mundo tembló.
Cuenta la historia que hubo oscuridad al mediodía. Que el velo del templo se rasgó en dos. Que la tierra se sacudió.
No fue un viernes más.
Fue el viernes en que el cielo lloró.
Pero —y acá está lo increíble—, en medio de ese horror, algo brilló.
Un ladrón moribundo, al lado suyo, le pidió: “Acordate de mí”.
Y Jesús, crucificado y con el corazón abierto (literal y simbólicamente), le respondió:
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
El mundo recuerda este día no porque murió alguien.
Sino porque alguien eligió morir por amor.
Hoy es un día para el silencio. Para mirar adentro.
Para no olvidar que, aún en los peores momentos, el amor puede ser más fuerte.
Y que, aunque todo parezca perdido, algo puede nacer.
Incluso de una cruz.
No hace falta que creas en todo para conmoverte.
Basta con detenerse un instante.
Y recordar que hubo un viernes en que alguien lo dio todo, sin pedir nada a cambio.
Eso, es lo que partió la historia en dos.